Descenso

Cuando siento que nada tiene sentido recuerdo los mitos de creación de innumerables culturas en los cuales es el caos el útero fértil que da a luz al orden cósmico. Me maravilla pensar que es en el no saber dónde nace el deseo de saber, donde nace la diferenciación, la necesidad de separación sagrada que intuye que sólo en el otro podemos reflejarnos, y conocernos, experimentarnos en sus varias formas. Es el deseo la chispa causante del fuego que quema la realidad hacia su materialización.

La unidad que tanto ansiamos es sinónimo de caos, de indiferenciación, de pérdida de lo que creemos ser. ¿Es realmente eso lo que queremos? O, ¿queremos ser vistos, escuchados, entendidos, arropados? Si hay un “yo”, si existe un concepto de identidad fija, entonces, la unidad no es posible. La unidad sólo puede sentirse en el cambio mismo, y ello incluye un fluir libre de la diferenciación entre el “yo” que creemos ser, y el “yo” que somos realmente, que es la parte y el todo. La separación y la unión.

Vamos por la vida caminando anhelando aquello que ya llevamos dentro, que es la comprensión innata de que hagamos lo que hagamos, siempre estamos en nuestro camino correcto. Aún así, nos dejamos llevar por la necesidad de pertenencia que no sabemos discernir en nosotros mismos y buscamos fuera. Una validación de nuestra existencia. Un espejo, un reflejo, que nos aclare sin ninguna duda que existimos, que merecemos estar aquí. Pero si no fuera así, no estaríamos.

Este es el baile que danzamos, el teatro de lo manifestado, que se desenvuelve desde las entrañas vivas del deseo primordial más allá de nosotros mismos. Ese deseo primordial que lo incendió todo para saberse uno mismo en toda su capacidad creadora de universos.

Cuánto más me adentro en el misterio y dejo espacio al no saber, más intuyo que lo que realmente quiero y siempre he querido, es estar en ese anhelo primordial, en eso deseo incandescente que es la base, principio y final de cada instante, y de cada eternidad. Asentarme entre el ser y no ser. Observar desde la parte al todo y saberme una misma, todo y nada.

En el lenguaje del Tantra Clásico, a todo este proceso lo llamaríamos la diferenciación que hace Shakti de Shiva. Esa chispa-deseo (iccha shakti) comienza un camino de descenso hacia la materialización culminando en prithvi tattva (tierra). Y en ese descenso hacia este momento nos damos cuenta de que Shiva siempre acompaña a Shakti en su baile sagrado. Incluso en el grano de arena más fino del desierto encontramos y sentimos el infinito. Es la paradoja más maravillosa de nuestra existencia, que lo que creemos más insignificante, incluso esas partes de nosotros que no aceptamos o de las que nos avergonzamos, son y serán siempre parte de la realidad trascendental, y son necesarias para el descenso hacia el núcleo que al final se abre como una rosa. Es en la bajada que encontramos los cielos.

Es en el descenso dónde nos encontramos ascendiendo en espiral.


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