Cuando comienzas a vivir el día a día desde la perspectiva del ‘observador’ (normalmente usaré esta palabra para no confundir con términos filosóficos o en otros idiomas, por ejemplo, Atman/alma/verdadero Ser, etc.) algo mágico comienza a ocurrir.
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Te empiezas a dar cuenta de que la mayoría de lo que creías eran problemas externos, son sólo perspectivas internas propias. Nada más. Están inherentemente vacíos.
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Vacíos como la realidad misma. Vacío de contenido de lo conocido. Si se puede conocer, es que debe de haber un conocedor, que conoce.
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El vacío nos da la libertad de entender que la realidad no es dual, no puede serlo.
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No somos el conocimiento, ni siquiera el que observa y conoce, todo es el acto mismo de conocer (Brahman/Dios/Universo/elige lo que más te guste).
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Ser es un verbo.
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Muevo el cuerpo al ritmo de mi respiración, conectando, observando, sintiendo esa conexión infinita de mi ser (pequeña Mente/alma) con el Todo (gran Mente/dios) hasta que intuyo que es lo mismo (Atman es Brahman), y hasta que fluyo al ritmo de esta realidad vacía y no dual, tan llena de posibilidades.